Se saben esa y todas las que vayan a tocar.
Viéndolo a cámara lenta, salen ellos, como creadores de esta locura musical y la gente explota de emoción. Todo el mundo se muere de calor, casi no se pueden mover del sitio, pero saltan al unísono con los ritmos de la batería.
Pisotones, golpes, sudor, codazos...nada importa.
Millones de ojos que reflejan un concierto inolvidable, cuerdas vocales a punto de romperse como las guitarras del grupo. Chicas locas, locas de verdad gritando ¡Tio bueno! ¡Guapo! ¡Quiero un hijo tuyo! ¡Me muero!, pero sobre todo cantando, abrazadas a sus amigas, con toda la cara llena de nombres pintados con carmín rojo, con mecheros, con pancartas. Manos al aire, una marea de brazos de un lado a otro al son de Estrella Polar.
Si, Pereza. Once de diciembre del dos mil diez. Y ahi estaba yo. Con mis mejores amigas. Perdí las llaves, perdí la vergüenza y cante como si me fuera la vida en ello. Y en momentos como aquel... te olvidas de todo, te entregas por completo al concierto, miras a tu alrededor y ves que toda la gente que te rodea esta sintiendo lo mismo que tú. No hay problemas, no hay desesperaciones. Solo gritos y saltos. Y ellos lo saben, y tocan más fuerte, con más ganas. Más. Más fuerte. Para que disfrutemos.
Buenas noches, Segovia.

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